Un gran sermón puede desvanecerse en la indiferencia si comienza sin claridad o termina darte por aludido. La Palabra de Dios es viva y eficaz, pero el predicador tiene el deber santo de abrir camino al corazón humano. ¿Cómo hacerlo? Comenzando con intención y cerrando con propósito. Esta es una llamada a redescubrir el poder pastoral y transformador de una buena introducción y una conclusión inolvidable.
La introducción: más que un preámbulo
Una introducción no es un adorno retórico, es una herramienta pastoral. No se trata de contar una anécdota simpática ni de usar una frase ingeniosa, sino de construir un puente desde el mundo del oyente hacia el texto de la Escritura.
Según Haddon Robinson, una buena introducción cumple tres funciones clave:
- 1. Despierta interés
- 2. Enfoca el tema
- 3. Monta el escenario
Sunukjian complementa esta idea diciendo que una introducción debe preparar el terreno emocional, cognitivo y espiritual del oyente. No es solo el “qué” del texto, sino también el “por qué esto importa aquí y ahora”.
La conclusión: cerrar con propósito, no con rutina
Una conclusión que solo resume el mensaje es una oportunidad desaprovechada. La conclusión es el momento de convocar al oyente a la obediencia, de sellar el mensaje con claridad, urgencia y aplicación.
Sunukjian aconseja concluir con una imagen, una acción o una aplicación concreta. MacArthur agrega: “La predicación no termina en la explicación; debe conducir a la transformación”.
Un ejemplo comparativo: Juan 13:12–17
Introducción exegética
“¿Alguna vez te has preguntado por qué el Dios del universo se arrodillaría para lavar los pies de sus discípulos? Este acto humilde no es solo una lección de cortesía. Es una demanda directa: si Él lo hizo, tú también debes hacerlo.”
Conclusión exegética
“Jesús no lavó pies para que aplaudamos su humildad, sino para que imitemos su ejemplo. ¿A quién estás llamado hoy a servir? ¿A quién debes honrar por amor a Cristo? La verdadera espiritualidad no se mide en palabras, sino en toallas sucias.”
Versión inspiracional superficial
“Hoy quiero hablar de cómo Jesús lavó los pies. A veces también nosotros necesitamos limpiar lo que está sucio en nuestras vidas.”
Conclusión inspiracional débil
“Así que ya sabes, si alguna vez tienes la oportunidad de servir, ¡hazlo con alegría! Porque Dios bendice al que sirve.”
La diferencia no es solo de estilo, sino de profundidad bíblica, fidelidad al texto y poder transformador.
Conclusión: una tarea pastoral ineludible
Introducciones y conclusiones no son adornos del sermón. Son sus pilares de entrada y salida. El predicador que no se toma en serio cómo empieza ni cómo termina, corre el riesgo de ser fiel en contenido pero ineficaz en fruto.
Alex Montoya lo resume con precisión: “El cómo comunicamos el sermón es tan importante como su contenido”. Lloyd-Jones nos recuerda que la predicación es “lógica en fuego”. La introducción es la chispa; la conclusión, la llama que enciende el alma para obedecer.
Volvamos a introducir con visión y concluir con poder. El mensaje eterno lo merece. La iglesia lo necesita.