Mi abuelita es mi ángel protector
¿Es posible que nuestros seres queridos fallecidos se conviertan en ángeles protectores? ¿Qué dice la Biblia sobre esto? Examinemos esta creencia a la luz de las Escrituras y descubramos la verdad que nos ofrece la Palabra de Dios.
El amor por nuestros seres queridos es un vínculo afectivo que en algunos casos es difícil manejar cuando la muerte se hace presente, y si a esto le agregamos la posibilidad de que esas emociones sean manipuladas, entonces la vida y la fe de una persona pueden ser muy distorsionadas. Es difícil tratar de competir con los sentimientos o las experiencias que cada persona pueda describir, así que, la meta no será negar los sentimientos o las experiencias, sino intentar examinar la afirmación desde una fuente común de verdad y esa fuente será la Palabra de Dios, y no trataremos de imponerle nuestras experiencias, sino que buscaremos conocer lo que las Escrituras dicen de este tema y luego reinterpretar nuestras experiencias y sentimientos.
Que una persona que ya ha muerto pueda ser un ser espiritual que se dedica a protegernos o ayudarnos no es algo que tenga sustento en las Escrituras. Esta verdad puede ser explicada en función de dos verdades que las Escrituras sí enseñan en cuanto a: 1) la posibilidad de que una persona muerta pueda ayudar o intervenir en el mundo de los vivos, y 2) la actividad de los ángeles (buenos y malos) en el mundo de los vivos.
La imposibilidad de la comunicación con los muertos
Primero, ¿qué posibilidades hay de que una persona muerta pueda tener comunicación o pueda intervenir en el mundo de los vivos? Y más específicamente, ¿es posible que mi abuelita sea mi ángel protector? Asentir a esta pregunta supone reconocer que las personas que ya han muerto pueden tener comunicación en el mundo de los vivos y que además puedan tomar el rol de cuidar de alguien de manera dedicada y esto no es algo que podamos afirmar desde las Escrituras. Dios estableció la prohibición de consultar a los muertos (Dt. 18:11) y cuando Saúl cruzó esa línea sufrió las consecuencias (1 Cr. 10:13-14); pero por otra parte, el mismo Satanás al tentar a Jesús cita el Salmo 91:11-12 que afirma que los ángeles le cuidaban, y esto es confirmado por Hebreos 1:14 donde dice que son «enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación». Pero ir desde esta verdad a la idea de que las personas puedan tener un ángel dedicado y más aún, que pudiera ser un familiar ya muerto es abusar del texto. Grudem respondiendo a la idea de que los hombres tengan ángeles guardianes dedicados concluye lo siguiente: «Parece, por consiguiente, que no hay en el texto de la Biblia ningún respaldo convincente a la idea de que existen “ángeles de la guarda” individuales.»1.
En segundo lugar, basándonos en Hebreos 1:14 afirmamos que los ángeles buenos actúan para bien de los salvos, y los demonios actúan para la destrucción de los hombres y para estorbo de creyentes (1 Tes. 2:18). Los demonios pueden poseer a las personas (Mt. 8:16) también a niños (Mr. 7:26), incluso pueden provocar enfermedades (Lc. 8:16). Los demonios tienen capacidades asombrosas, son inteligentes y nos conocen; ellos están determinados a buscar la manera de quitar nuestra atención del evangelio y poner tropiezo a nuestra fe, incluso haciéndonos creer que nuestra abuela nos cuida desde el cielo. Ellos son capaces de imitar respuestas a una petición, actuar cuando alguien invoca a su ser querido y mover situaciones a fin de que creamos que existe contacto con personas después de la muerte.
Si lo anterior aun no es convincente, pensemos un poco: Si tenemos disponible a Dios y Él está en todo lugar y puede oírnos en cualquier situación y no podemos salir de su presencia (Sal. 139:7-12) ¿Es sabio confiar en un ser querido muerto antes que en Dios? No. Primero porque no es posible y no sería sabio si tenemos acceso a Dios.
Bibliografía
- Grudem, Wayne. Teología Sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica. Miami: Vida, 2007.
Footnotes
- Wayne Grudem, Teología Sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica (Miami: Vida, 2007), 418. ↩