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La Disciplina de la Iglesia: Un Camino hacia la Santidad

La disciplina en la iglesia es más que una simple corrección de errores; es un acto de amor y una herramienta vital para preservar la santidad y la unidad del cuerpo de Cristo. ¿Por qué entonces tantas iglesias evitan este mandato bíblico esencial? Descubre en este ensayo cómo la disciplina, correctamente aplicada, no solo restaura relaciones, sino que también glorifica a Dios y fortalece a la comunidad de creyentes.


Introducción

Todos sabemos lo que es la disciplina. Puede que nadie nos haya dado una definición formal, pero la hemos aprendido por experiencia; es una idea que toda persona puede comprender. Está presente en la relación entre padres e hijos, en la actividad laboral, en el deporte de competencia o en la organización militar. En todas estas áreas, la disciplina actúa como una manera de cuidar la relación, corregir desviaciones y servir de ejemplo para otros.

Juan Calvino comenta sobre la pertinencia de la disciplina en la iglesia: «si no hay sociedad, no, ninguna casa con una familia incluso moderada, puede mantenerse en un estado correcto sin disciplina, mucho más necesario es en la Iglesia, cuyo estado debería ser el mejor ordenado posible.»

Sin embargo, en la iglesia local, la disciplina no es tan clara de ver. Hay iglesias donde no se practica, no se enseña y en muchos casos no se entiende como algo importante o necesario. Pero la Biblia no es ambigua en este tema. Dios ha hablado al respecto, y eso hace que la disciplina en la iglesia local sea esencial. Debe ser redescubierta, enseñada y aplicada.

El propósito de este ensayo es establecer los fundamentos de la disciplina de la iglesia, exponer su naturaleza, propósito y función en el contexto de la iglesia local. En las Escrituras podemos ver ejemplos de disciplina y enseñanzas de cómo aplicarla. Responderemos preguntas como: ¿Cuál es el fundamento de la disciplina en la iglesia? ¿Cómo se aplica la disciplina? ¿Qué propósito tiene? ¿Quién debe aplicarla? ¿Cuáles son los límites de esta doctrina? y ¿Cuáles son las implicaciones de no practicarla?

Este ensayo busca traer claridad e instrucción para llevar a las iglesias a la obediencia a Dios y su Palabra, cuidar la grey de Dios con las herramientas que Él ha dado a la iglesia y visibilizar los beneficios que esta doctrina tiene para la salud de cada miembro de la iglesia. La disciplina de la iglesia no es una doctrina opcional. La salud de la iglesia está estrechamente relacionada con la obediencia a esta verdad. En las congregaciones donde se enseñe y se promueva su aplicación, debemos esperar el fruto del Espíritu Santo, haciendo crecer y fortaleciendo a cada miembro de la iglesia.

La Disciplina en la Biblia

Dios no se ha relacionado con el hombre al margen de la disciplina. La disciplina ha sido la regla general en la historia de la redención. En Génesis 3, Dios inicia un proceso de disciplina con una confrontación contra Adán: «¿Dónde estás?» (Gn. 3:9), luego hacia Eva: «¿Qué es lo que has hecho?» (Gn. 3:13), para finalmente ejecutar su sentencia contra la serpiente: «Maldita serás entre todas las bestias» (Gn. 3:14) y contra Adán y Eva: «Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén» (Gn. 3:24).

A través de Moisés, Dios advirtió al pueblo de Israel que estaría bajo disciplina si se apartaba de la obediencia a sus instrucciones. En Deuteronomio 4 leemos: «Mas si llegares a olvidarte de Jehová tu Dios y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres y a ellos te inclinares, yo lo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis. Como las naciones que Jehová destruirá delante de vosotros, así pereceréis, por cuanto no habréis atendido a la voz de Jehová vuestro Dios.» (Dt. 4:19-20).

En el Nuevo Testamento, Jesús mismo enseña sobre la disciplina en el contexto de la iglesia en Mateo 18:15-20. Más tarde, tenemos el caso de Ananías y Safira como un ejemplo de disciplina ejemplificadora: «No has mentido a los hombres sino a Dios. Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró; y vino un gran temor sobre todos los que lo supieron. Y los jóvenes se levantaron y lo cubrieron, y sacándolo, le dieron sepultura.» (Hch. 5:1-11). Este caso evidencia cómo la disciplina fue transferida a manos del liderazgo de la iglesia. Horton comenta: «La congregación local tenía la responsabilidad de mantener la sana doctrina y ejercer disciplina (por ejemplo, Mateo 18:15–17; 1 Corintios 5:4–5; 1 Tesalonicenses 5:21–22; 1 Juan 4:1)».

Aunque los ejemplos anteriores corresponden a una recopilación no exhaustiva de eventos en los que Dios ejecuta actos de disciplina sobre los hombres, estos ejemplos nos llevan a asentir que para Dios la disciplina es una herramienta importante en su relación con el hombre. Calvino entendía la disciplina de la iglesia como algo de vital importancia para la unidad del cuerpo de Cristo: «De ahí que, como la doctrina salvadora de Cristo es la vida de la Iglesia, la disciplina es, por así decirlo, sus tendones; porque para ello debe ser que los miembros del cuerpo se adhieran entre sí, cada uno en su propio lugar.»

Podemos concluir que la disciplina no es una enseñanza aislada en la Biblia, pues aparece desde el inicio de la historia redentora. Dios se ha interesado porque el hombre la comprenda como un medio de preservación y es una herramienta que ha puesto en manos de la iglesia para el beneficio de sus miembros, para conservar la unidad y para promover la santidad.

Cualquiera que pretenda negar la existencia de la disciplina en la Biblia tendrá que acudir a argumentos extrabíblicos o emocionales. La disciplina ha estado presente bajo la mano directa de Dios y luego bajo la autoridad de la iglesia.

La Naturaleza de la Disciplina de la Iglesia

Como ya hemos dicho, la disciplina es un asunto visible a lo largo de toda la Escritura y es transferida como una herramienta a la iglesia. Nos preguntamos entonces, ¿Cuál es su naturaleza? y ¿Cuál es su propósito? En cuanto a su naturaleza, la disciplina de la iglesia no es de carácter punitivo ni expiatorio, sino que es de naturaleza instructiva, correctiva, restauradora y amorosa. En cuanto a su propósito, la disciplina de la iglesia busca ser un instrumento de preservación de la unidad de la iglesia y de la seriedad con la que se busca la santidad.

El evangelio de Mateo 18:15-20 es una descripción perfectamente clara de cómo llevar un proceso de disciplina entre creyentes. En el versículo 15 podemos ver un elemento que nos ayuda a identificar la naturaleza de la disciplina: «si te oyere, has ganado a tu hermano». La exhortación a un hermano no busca meramente el castigo, sino conseguir ganar a tu hermano.

La expresión «has ganado» en griego es el verbo κερδαίνω (kerdaino), que indica la idea de conseguir, triunfar, evitar o ahorrarse. Es el mismo verbo que se utiliza en Mateo 16:26 para hacer referencia a la inutilidad de ganar todo el mundo y perder el alma, o como lo usa el apóstol Pablo para describir su gozo de perder todo con tal de «ganar a Cristo». En síntesis, podríamos decir que la naturaleza de la disciplina que se describe en Mateo 18 es restauradora. El texto anima al agredido a buscar que su agresor le preste atención, se arrepienta y se restaure la relación. J. Packer afirma: «La razón de ser de las censuras eclesiales en todas sus formas no es castigar por el castigo mismo, sino producir arrepentimiento y, de esta forma, recuperar a la oveja perdida.»

La idea de escalar la exhortación en los versículos 16 y 17 persigue el mismo objetivo de la confrontación personal: ganar a la persona por medio del arrepentimiento a través de la confrontación. La exposición de la situación a otros también supone un medio de alerta para el resto, dado que el pecado afecta al cuerpo y no solo a un miembro. La naturaleza de la disciplina no solo es amorosa hacia la persona que peca al intentar restaurarla, sino también con el cuerpo de Cristo al alertarlo a medida que el conflicto se profundiza.

La idea de que la naturaleza de la disciplina es el amor es apoyada por las Escrituras. Por ejemplo, la carta a los Hebreos relaciona la disciplina con el amor de Dios: «Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?» (He. 12:6-7). Los apóstoles y la iglesia también consideraron esta naturaleza amorosa en la disciplina.

Esto se puede ver en la manera en que el apóstol Pablo instruye a Timoteo a no evitar la reprensión, pero cuidarse de no ser excesivamente duro: «corrigiendo tiernamente a los que se oponen, por si acaso Dios les da el arrepentimiento que conduce al pleno conocimiento de la verdad» (2 Ti. 2:25). El punto es el mismo: la reprensión no es de naturaleza meramente punitiva ni expiatoria. No es un castigo sin sentido ni un pago por el pecado cometido, sino que es amorosa hacia el pecador, encaminándolo al arrepentimiento, y amorosa con el cuerpo de Cristo al cuidarlo del pecado.

Pero al llegar a este punto, es posible preguntar: ¿puede ser un acto disciplinario de naturaleza amorosa cuando eso implica vergüenza, dolor y/o incomodidad? Por supuesto, una sociedad que ha llevado el respeto por los derechos humanos a niveles irrisorios no verá virtud en la disciplina, pero incluso el sentido común puede refutar este sin sentido. La disciplina de un padre sobre un hijo es diferente en intensidad si este olvida sacar la basura en comparación a que tome el auto a escondidas y conduzca sin licencia.

El punto es que la intensidad de la disciplina no implica falta de amor, más bien lo prueba. La Biblia enseña esta verdad con un ejemplo extremo, cuando el apóstol Pablo escribe a los corintios: «el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.» (1 Co. 5:5). El argumento de Pablo implica que es preferible que una persona pierda la vida si con eso consigue la vida eterna el día en que Cristo vuelva.

Al preguntarnos sobre la naturaleza de la disciplina en la iglesia, debemos concluir que esta apunta a Dios y su naturaleza y atributos, y esto la constituye en una herramienta confiable, un medio seguro y una actividad que debe ser practicada con confianza. Si la disciplina encuentra su naturaleza en Dios, entonces podemos decir que cualquier otra disciplina tiene motivaciones pecaminosas.

Job confirma la bienaventuranza de la disciplina proveniente de Dios: «He aquí, bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga; Por tanto, no menosprecies la corrección del Todopoderoso.» (Job 5:17). Concluimos afirmando que, si la disciplina está basada en el carácter de Dios, esta es del todo amorosa, buena y confiable.

El Propósito de la Disciplina de la Iglesia

Como ya hemos dicho, la disciplina es un asunto visible a lo largo de toda la Escritura. No solo es una doctrina claramente enseñada, sino que es de naturaleza amorosa por cuanto se desprende del carácter de Dios. Esto implica que también tiene un propósito, como todo lo que Dios hace. Wayne Grudem propone al menos tres propósitos para la disciplina de la iglesia: la restauración de las relaciones entre hermanos, el cuidado del resto de la congregación y la búsqueda de glorificar a Dios. Esta categorización de propósitos de la disciplina en la iglesia enfatiza al pecador, la iglesia y Dios.

Viéndolo de manera más general, J. Packer usa el verbo restaurar para describir el propósito de la disciplina en la iglesia: «La razón de ser de las censuras eclesiales en todas sus formas no es castigar por el castigo mismo, sino producir arrepentimiento y, de esta forma, recuperar a la oveja perdida.» El énfasis del propósito de la disciplina es la restauración de la persona, lo cual implica que la disciplina no debe tener una carga negativa en su objetivo, sino que es parte de las herramientas para la edificación del cuerpo de Cristo.

La confesión de Westminster amplía el alcance del propósito al enumerar cinco propósitos para la disciplina de la iglesia: 1) recuperar al pecador, 2) disuadir a otros de cometer pecado, 3) purificar a la iglesia, 4) vindicar a Cristo y al Evangelio, y 5) evitar la ira de Dios. Esta propuesta desglosa de manera más precisa el objetivo de la disciplina para con todos los involucrados. Podemos afirmar, por tanto, que la disciplina de la iglesia en cuanto a su propósito es tanto con fines horizontales (entre los hombres) como verticales (para con Dios), y tiene implicancias en todos los sentidos y niveles de relación:

  • El ofensor y el ofendido: Recuperar al pecador
  • El ofensor y la iglesia: Disuadir el pecado en otros
  • El ofensor y Cristo: Honrar a Cristo y al Evangelio en el arrepentimiento
  • El ofensor y Dios: Evitar su ira.

Cuando Jesús introduce por primera vez el concepto de iglesia a sus discípulos, no solo inicia un nuevo organismo portador del evangelio y distinto a Israel, sino que también introduce un modelo de disciplina que la iglesia debería administrar. En Mateo 16:19 leemos: «Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.» Jesús está dando autoridad a sus apóstoles para atar y desatar, términos que se han entendido como la delegación de autoridad para prohibir/permitir o obligar/anular.

En línea con el sentido del texto en Mateo 16, la definición de diccionario acerca de la disciplina de la iglesia dice: «Régimen de orden libremente aceptado por la comunidad cristiana, que tiene como objetivo preservar la buena conducta de los que dicen ser miembros de la Iglesia de Cristo». En su libro «La disciplina en la iglesia», Jonathan Leeman pregunta: «¿Qué es la disciplina eclesial? En términos generales, la disciplina eclesial es una parte del proceso de discipulado, la parte en la que corregimos el pecado y dirigimos al discípulo hacia un camino mejor.»

Al unir la enseñanza de Mateo 16:19 a las aproximaciones de autores y diccionarios bíblicos, debemos reconocer que la disciplina en la iglesia persigue el objetivo de juzgar, prohibir y/o permitir asuntos relacionados con el desarrollo de los creyentes en relación con su conducta. Esto significa que si los creyentes tienen mala conducta, la disciplina de la iglesia debe impedir lo que sea necesario para que se arrepientan y dejen esa mala conducta. De la misma manera, si el creyente desarrolla una buena conducta luego de haber sido disciplinado, la iglesia debe restaurar la comunión con el creyente.

Una pregunta que surge en este punto es si el juicio que hace la iglesia es justo y no desmedido por ser un juicio de hombres. No debemos descuidar que el juicio, así como la disciplina, debe estar anclado a las Escrituras. Por esto, el juicio de la iglesia en asuntos disciplinarios es una confirmación o aplicación de lo que las Escrituras previamente han juzgado. Las Escrituras también prevén la discrecionalidad de quienes juzgan y disciplinan. El Señor no pasó por alto a quienes, estando en posición de liderazgo y teniendo que aplicar la Escritura a la vida de los creyentes, actúan de manera desmedida (Jer. 50:5; Za. 11:17; Mt. 23:4; Lc. 11:46).

Finalmente, respecto al propósito de la disciplina, podemos decir que es la búsqueda de la conservación de la santidad en la iglesia, no omitiendo los pecados que afecten a los creyentes, juzgando toda situación y ejerciendo una presión proporcional a la conducta de no arrepentimiento de los creyentes, sirviendo de ejemplo para otros creyentes en cuanto a la seriedad del pecado y, por último, pero no menos importante, sirviendo de indicador de la importancia que tiene Dios para la iglesia.

La Función de la Disciplina de la Iglesia

La disciplina tiene una función que está alineada con los propósitos de Dios para su iglesia. Si el propósito de Dios para la disciplina es el cuidado de la congregación a través de la preservación de la santidad, la función tiene que ver con los elementos y procedimientos necesarios para que esta pueda ser ejecutada por la iglesia. Dos textos nos sirven de base para ver los elementos en la función de la disciplina de la iglesia. El primero es Mateo 16:19, que nos enseña que la función de la iglesia es “atar y desatar”, mientras que Mateo 18:15-20 nos enseña el proceso, que comienza con una conversación entre dos hermanos y potencialmente puede llegar a terminar con la excomunión de una persona de la iglesia.

Cuando Jesús enseña en Mateo 16:19 que la iglesia tendría autoridad para atar y desatar, no se limita a algunos asuntos particulares, sino que leemos: “todo lo que atares… todo lo que desatares”, estableciendo así el alcance de la función de la iglesia a “todo” aquello en que la iglesia tome una posición. Pero también nos enseña el impacto que tendría este ejercicio de autoridad, porque lo que la iglesia determine en el ejercicio de autoridad en la tierra será aceptado en el cielo. Grudem advierte que “la disciplina eclesiástica es un aspecto del uso del poder de la iglesia” (Gal. 6:1), el poder de atar y desatar con la implicación de que todo esto será respaldado en el cielo.

Al ejercer la función de atar y desatar, la iglesia debe tener en consideración el proceso que enseña Mateo 18:15-20. Solo de esta manera, la función de atar y/o desatar se podrá llevar a cabo de manera bíblica. Un resumen del proceso se puede describir de la siguiente manera: conversación (ofendido y ofensor), exposición controlada, exposición pública, excomunión. Cada uno de estos pasos ejerce una presión creciente sobre el ofensor con el objetivo de conseguir que se arrepienta (2 Tes. 3:14; 1 Co. 5:5; 1 Co. 5:13; 2 Co. 2:13).

El proceso de la disciplina también permite cuidar que no haya un uso de autoridad o fuerza desmedidos. Cuando dos hermanos de la iglesia entran en conflicto y el ofendido escala la situación a dos o más testigos, este escalamiento permite que la situación sea evaluada por otros y se confirme (ate) o se corrija (desate). Por ejemplo, en el caso de acusaciones contra un anciano de la iglesia, la recomendación de Pablo es que pruebe bien que la acusación tenga asidero, pidiendo que la acusación sea confirmada por dos o más testigos (1 Ti. 5:19).

Finalmente, en el proceso de la disciplina en la iglesia, también se aprecia el énfasis en el amor y la restauración de los pecadores. Si bien es cierto que el proceso está diseñado para que produzca una incomodidad creciente, la compasión y la paciencia son elementos que no pueden perderse de vista al momento de aplicar la disciplina. Pablo lo dice de esta manera: «que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad» (2 Ti. 2:25) y sentencia de esta manera: «Le basta a tal persona esta reprensión hecha por muchos; así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza. Por lo cual os ruego que confirméis el amor para con él.» (2 Co. 2:6-8). De modo que la función de la disciplina es precisamente el ejercicio de la fuerza sobre los pecadores regenerados a fin de preservarlos en santidad. Esta función es ejercida por medio de los actos de atar y desatar situaciones, lo cual tiene confirmación en el cielo, siguiendo un proceso de exposición incremental de la situación y el ofensor con la posibilidad de que incluso esto escale a la excomunión del hermano de los medios de gracia y la comunión con la iglesia. Como el sentido de todo esto es el amor y la restauración del pecador, debemos reconocer que el mejor fin de un conflicto entre hermanos en Cristo será la restauración: «Por lo cual os ruego que confirméis el amor para con él.» (2 Co. 2:8).

Conclusión

La disciplina de la iglesia es buena y sabia. Es enseñada explícitamente en las Escrituras como un acto de amor (Pr. 13:24; He. 12:6; Ap. 3:19). Honra a Dios, cuida a los creyentes, ha sido entregada a la iglesia y debe practicarse activamente con toda mansedumbre y humildad (Gal. 6:1; Stg. 5:20).

A la luz de los pasajes en que se expone cómo la iglesia ejerció la disciplina sobre creyentes en pecado, es necesario reconocer que no es una doctrina opcional para una iglesia que desea cuidar del rebaño de Dios, no ser indulgente con el pecado y exaltar la santidad de Dios en medio de la congregación. Si este es el objetivo de una comunidad de creyentes, entonces la disciplina de la iglesia debe ser practicada. No se debe temer a ejercer la disciplina en la iglesia y la razón es clara: la disciplina no es un invento de los hombres, es la idea de Dios para preservar la santidad en la iglesia. La unidad de la iglesia no descansa en otra cosa que no sea la santidad.

Los programas de la iglesia pueden esperar y deben esperar si primero no se ha establecido un modelo de disciplina que promueva la santidad de Dios y su gloria.

Bibliografía

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