Ante las preguntas que incomodan y los signos evidentes de deterioro, toda denominación debe enfrentar tarde o temprano una encrucijada ineludible: someterse humildemente a la autoridad de la Palabra de Dios o refugiarse en la comodidad de sus tradiciones. Las voces que antes eran susurros ahora son clamores imposibles de ignorar. Lo que está en juego hoy ya no es el tamaño ni el prestigio de nuestras iglesias, sino algo mucho más esencial y trascendente: nuestro compromiso real con la suficiencia absoluta de las Escrituras.
Introducción
En el mundo evangélico chileno y latinoamericano, una marea de cuestionamientos se levanta frente a las estructuras tradicionales. No se trata de una moda pasajera ni de la típica rebeldía generacional. Es un clamor legítimo por autenticidad, santidad y verdad. Cada vez más creyentes, incluyendo pastores, líderes y académicos, se preguntan: ¿estamos caminando conforme a la Escritura o simplemente repitiendo fórmulas por tradición y costumbre?
La tesis de este artículo es clara: el cuestionamiento a las denominaciones es inevitable. Y frente a este fenómeno solo quedan dos caminos posibles:
- Volver humildemente a las Escrituras, corregir todo lo que no sea bíblico y abrazar de nuevo la Integridad Evangélica, ese compromiso profundo de interpretar correctamente la Palabra y obedecerla aunque cueste.
- Cerrarse en el orgullo denominacional, resistir la corrección y, como consecuencia, volverse cada vez más pequeños, más sectarios y menos relevantes para la misión de Cristo.
Hoy nos encontramos ante una oportunidad histórica. El Espíritu Santo está estremeciendo nuestras estructuras denominacionales, no con el propósito de destruirlas, sino de purificarlas en santidad. El desafío central que enfrentan las iglesias en Chile y América Latina no radica en evitar los cuestionamientos —que ya son inevitables—, sino en discernir cómo responderán al urgente llamado divino a regresar a una auténtica Integridad Evangélica. Es momento de decidir si obedecemos a la palabra revelada, o si preferiremos quedarnos en la cómoda indiferencia de nuestras tradiciones.
Tradición: el dulce veneno que adormece a las iglesias
Una de las razones principales por las que el cuestionamiento a las denominaciones evangélicas es inevitable es esta: hemos dejado que la tradición suplante a la Palabra de Dios.
Lo que en un inicio fue un método útil o una expresión contextual de la fe, con el paso del tiempo se convirtió en autoridad, casi intocable. Así, costumbres humanas adquirieron la misma autoridad práctica que los mandamientos divinos.
J.C. Ryle, el célebre obispo anglicano del siglo XIX, advirtió:
“El primer paso para la apostasía es añadir algo a la Palabra de Dios, el segundo es hacer igual a la tradición que a la Palabra, y el tercero es considerar más importante la tradición que la Palabra.”
(J.C. Ryle, Warnings to the Churches)
Cuando la tradición toma el lugar de la verdad bíblica, la vitalidad espiritual muere lentamente, aunque los cultos sigan llenos y las actividades sigan su curso.
Este problema no es ajeno a Chile. Un ejemplo claro es lo que ocurrió en el seno de la Iglesia Metodista Pentecostal a mediados del siglo XX. Durante sus primeros años, el movimiento pentecostal chileno surgió como un avivamiento espontáneo de oración, predicación y vida comunitaria simple. Sin embargo, con el tiempo, la organización se volvió altamente estructurada y jerárquica. Se instauraron reglas estrictas de comportamiento —como códigos de vestimenta o normas litúrgicas— que terminaron volviéndose casi intocables, aunque en muchos casos no tenían un respaldo claro en las Escrituras.
No es extraño entonces que hoy, en muchas congregaciones tradicionales, los creyentes —sobre todo los jóvenes— pregunten: “¿Dónde enseña la Biblia esto que hacemos?” Y la respuesta honesta es que muchas de estas prácticas son herencias culturales más que mandatos bíblicos.
Aquí entra en juego el llamado urgente a recuperar la Integridad Evangélica.
La Integridad Evangélica nos llama a volver a la Escritura como nuestra única regla de fe y práctica, a evaluar cada tradición a la luz de la Palabra, y a tener la valentía de desechar todo aquello que no sea bíblico.
Jesús mismo enfrentó esta distorsión cuando dijo:
“Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición.” (Marcos 7:9)
Hoy, debemos volver a preguntarnos: ¿estamos sirviendo a la tradición o sirviendo a la verdad?
Cuando las denominaciones eligen preservar formas humanas por encima de la fidelidad bíblica, el cuestionamiento no solo será inevitable, sino, absolutamente necesario para su sanidad espiritual.
No podemos ser íntegros en nombre y desleales en la práctica. La Integridad Evangélica no tolera tradiciones que invaliden la obediencia a Dios.
Cuando la falta de formación reemplaza a la verdad
Otra razón poderosa por la que el cuestionamiento a las denominaciones evangélicas es inevitable es la alarmante falta de formación bíblica y teológica en sus líderes.
Durante décadas, en buena parte del mundo evangélico latinoamericano, el acceso limitado a educación formal llevó a que muchos ministerios se levantaran únicamente sobre la base del carisma, el testimonio personal o la antigüedad en la iglesia, pero no sobre un entrenamiento serio en las Escrituras.
John MacArthur, observando esta tendencia, advierte:
“El ministerio efectivo no depende de habilidades naturales o entusiasmo, sino de un conocimiento profundo de la Palabra de Dios, correctamente interpretada y aplicada.”
(John MacArthur, Biblical Doctrine: A Systematic Summary of Bible Truth)
En otras palabras, la pasión sin conocimiento puede levantar multitudes, pero no puede edificar iglesias sanas.
La falta de preparación doctrinal lleva inevitablemente a una predicación superficial, centrada en emociones o moralismos, y a iglesias inmaduras que no saben discernir entre la verdad y el error.
Un ejemplo trágico de esto se dio en la expansión de muchas iglesias pentecostales chilenas a partir de los años 70.
La historiadora chilena María Eugenia Muñoz señala:
“La falta de formación pastoral formal permitió que surgieran liderazgos fuertes pero doctrinalmente pobres, lo cual facilitó la propagación de enseñanzas distorsionadas y prácticas autoritarias.”
(María Eugenia Muñoz, Historia del Pentecostalismo en Chile, 1909-2009)
Así, mientras algunas congregaciones prosperaban en número, su base doctrinal se debilitaba, volviéndose presa fácil de modas teológicas y abusos de poder.
Este fenómeno no solo ha afectado iglesias carismáticas; también ha golpeado denominaciones históricas donde la prioridad dejó de ser la formación y pasó a ser la administración de estructuras.
La Integridad Evangélica exige algo radicalmente diferente.
Un liderazgo íntegro es aquel que se somete primero a la Palabra de Dios, que estudia diligentemente las Escrituras, que interpreta correctamente y que vive lo que predica.
Pablo no aconsejó a Timoteo ser simplemente entusiasta, sino:
“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.” (2 Timoteo 2:15)
La actual generación de creyentes, expuesta a predicación sólida a través de internet, libros y seminarios accesibles en línea, ya no se conforma con sermones motivacionales vacíos.
Hoy exigen profundidad, coherencia y verdad.
El cuestionamiento a la preparación de los pastores no es un acto de rebeldía: es un clamor legítimo por volver a la Integridad Evangélica en el púlpito.
Hasta que las denominaciones no retomen la prioridad de formar pastores bíblicos —no solo líderes carismáticos—, la ola de críticas seguirá creciendo.
No hay pecado oculto en la era del Wi-Fi
En tiempos pasados, los pecados de los líderes podían ser ocultados tras la discreción de los concilios o el silencio de los miembros.
Hoy, en la era digital, el pecado no confesado se viraliza en segundos.
Un solo video, una fotografía, un testimonio publicado en redes sociales puede derribar décadas de silencio institucional.
El escritor y pastor Albert N. Martin lo resume con crudeza:
“El temor de Dios implica vivir conscientes de que nada puede ocultarse ante sus ojos. Una religión sin temor es un cadáver, aunque siga cantando himnos.”
(Albert N. Martin, El Temor de Dios)
Cuando los líderes olvidan que Dios todo lo ve —y ahora también lo ve la sociedad entera—, el colapso es inminente.
En Chile, uno de los casos más emblemáticos fue el escándalo del obispo Eduardo Durán Castro, líder de la Primera Iglesia Metodista Pentecostal, quien fue investigado en 2019 por enriquecimiento ilícito y manejo irregular de bienes de la iglesia.
El caso no solo causó indignación entre los fieles, sino que además expuso públicamente las debilidades estructurales de muchas iglesias chilenas que operaban más como organizaciones políticas que como comunidades espirituales.
La propia denominación reconoció en su comunicado oficial:
“La reprochable conducta del obispo, que ha sido de público conocimiento, ha afectado gravemente el prestigio de nuestra iglesia y ha escandalizado a la feligresía.”
(Fuente: Declaración oficial de la Primera Iglesia Metodista Pentecostal de Chile, abril 2019)
¿El daño? Enorme. No solo para la denominación afectada, sino para el testimonio del evangelio en todo el país.
El problema no es solo que haya pecado (porque todo hombre puede caer), sino que muchas denominaciones han perdido la capacidad de ejercer una disciplina bíblica genuina.
Prefieren encubrir el pecado para evitar escándalos temporales, olvidando que los escándalos ocultos siempre terminan explotando de manera aún más destructiva.
La Integridad Evangélica demanda líderes que vivan lo que predican, que confiesen sus pecados, que se sometan a la disciplina bíblica, y que entiendan que el honor de Cristo pesa más que la reputación de cualquier institución humana.
Jesús dijo claramente:
“Porque no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz.” (Marcos 4:22)
Hoy, el Espíritu Santo está utilizando los medios digitales para purificar su iglesia.
Cada vez que un pecado oculto es expuesto, no es un ataque del enemigo: es una oportunidad de gracia para limpiar la casa de Dios.
Las denominaciones que ignoren esta realidad seguirán perdiendo credibilidad y miembros.
Las que abracen la Integridad Evangélica, la confesión, la transparencia y la disciplina bíblica, serán iglesias vivas, saludables y verdaderamente evangélicas.
La sana doctrina ya no es opcional (y las ovejas lo saben)
Uno de los movimientos más hermosos y a la vez más desafiantes de nuestro tiempo es el resurgimiento de la predicación bíblica expositiva.
Durante décadas, muchos creyentes fueron alimentados con sermones emocionalistas, motivacionales o centrados en la experiencia personal del predicador.
Pero hoy, a través de conferencias, libros, y miles de recursos accesibles en línea, una nueva generación de cristianos ha descubierto el tesoro de la sana doctrina.
Pastores como John MacArthur, Steven Lawson, Sugel Michelén y Miguel Núñez han sido instrumentos clave en este despertar.
La predicación expositiva —la exposición fiel, verso a verso, de la Palabra de Dios— ha abierto los ojos de muchos creyentes que, al comparar lo que escuchan en sus iglesias locales con la profundidad bíblica que encuentran en estos recursos, se sienten espiritualmente hambrientos.
Jairo Namnún, director de Coalición por el Evangelio, señala:
“La predicación expositiva no es un lujo para ciertas iglesias; es una necesidad urgente para toda la iglesia latinoamericana. Solo la exposición fiel de la Palabra produce creyentes saludables.”
(Jairo Namnún, entrevista en Coalición por el Evangelio, 2021)
En Chile, el impacto ha sido evidente.
Cada vez más creyentes, especialmente jóvenes adultos, exigen más que mensajes inspiradores: anhelan ser enseñados en la verdad de Dios.
Muchos descubren que mientras sus iglesias repiten una y otra vez temas como “prosperidad”, “éxito” o “victoria”, la predicación fiel se centra en Cristo, en la santidad, en el arrepentimiento, en la vida eterna.
Esto genera un fenómeno inevitable: el cuestionamiento.
Los creyentes preguntan:
“¿Por qué no se predica toda la Escritura?”
“¿Por qué escucho más de mí mismo que de Cristo en los mensajes?”
“¿Por qué en mi iglesia la Biblia solo se usa para lanzar frases sueltas de motivación?”
La Integridad Evangélica exige que no temamos estas preguntas, sino que las recibamos como una señal de vida espiritual.
Exige que volvamos a predicar “todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27), y que dejemos de lado métodos centrados en el hombre para volver a levantar la voz del Señor desde su Palabra.
El apóstol Pablo advirtió a su discípulo Timoteo:
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias.” (2 Timoteo 4:3)
Ese tiempo ha llegado.
Y también ha llegado un remanente que, en lugar de buscar cosquillas espirituales, busca ser edificado en la verdad.
Negarles esta enseñanza es traicionar nuestra misión como iglesias.
Abrazar la Integridad Evangélica es volver a predicar la Escritura en su pureza, sabiendo que “la fe viene por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17).
Juventud pensante: ¿amenaza o bendición?
Uno de los motores silenciosos detrás del cuestionamiento actual es la nueva generación de creyentes.
Los jóvenes adultos de hoy, a diferencia de generaciones anteriores, han crecido con acceso a la información, han recibido formación académica más sólida, y han sido expuestos a múltiples perspectivas teológicas.
Esto ha desarrollado en ellos un criterio más agudo, una capacidad de análisis que no se conforma fácilmente con explicaciones superficiales o apelaciones autoritarias.
Eliezer Ronda, teólogo y sociólogo evangélico puertorriqueño, señala:
“La nueva generación no quiere simplemente participar de actividades religiosas; quiere una fe que sea congruente, que resista el escrutinio bíblico y lógico.”
(Eliezer Ronda, entrevista en Somos el Ahora, 2019)
En muchas denominaciones chilenas y latinoamericanas, esta actitud es interpretada erróneamente como rebeldía o falta de sometimiento.
La reacción común ha sido tratar de silenciar a los jóvenes que preguntan:
“¿Por qué hacemos esto?”
“¿Dónde enseña eso la Biblia?”
“¿Esto es una tradición o un mandamiento del Señor?”
Sin embargo, esta respuesta defensiva ha producido el efecto contrario: una fuga constante de jóvenes pensantes que buscan iglesias donde puedan vivir una fe bíblica y razonada.
En su investigación sobre el éxodo juvenil en América Latina, el sociólogo evangélico argentino Guillermo Fernández concluye:
“Muchos jóvenes no abandonan la fe cristiana; abandonan estructuras eclesiásticas que no les permiten pensar ni crecer bíblicamente.”
(Guillermo Fernández, Juventud Evangélica en América Latina: Retos y Oportunidades, 2020)
La realidad es que la juventud cristiana actual no desea destruir la iglesia.
Desea reconstruirla sobre fundamentos más sólidos, sobre la verdad bíblica y la autenticidad espiritual.
La Integridad Evangélica no desprecia las preguntas de la juventud: las recibe como una bendición.
Sabe que cuando los jóvenes exigen coherencia entre doctrina y práctica, no están siendo insubordinados; están obedeciendo el llamado bíblico de “examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21).
El mismo apóstol Pablo escribió a Timoteo —un joven líder— estas palabras:
“Ninguno tenga en poco tu juventud; sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.” (1 Timoteo 4:12)
En su contexto, Pablo no le dice a Timoteo que se calle o que no cuestione.
Le dice que viva de manera íntegra, de forma que su juventud sea ejemplo de madurez espiritual.
Si las denominaciones evangélicas chilenas y latinoamericanas quieren un futuro vibrante, deben abrazar y guiar a esta juventud pensante hacia la Integridad Evangélica, no sofocarla.
Los jóvenes que preguntan hoy no son una amenaza: son el primer paso de una posible Reforma mañana.
Iglesias con membrete de Dios, pero sin Dios
Otro motivo profundo del cuestionamiento actual es más sutil pero aún más grave: muchas denominaciones evangélicas han conservado el membrete cristiano, pero han perdido la presencia del Dios que una vez las animó.
Han mantenido las estructuras, las actividades, los nombres y los ritos, pero el temor de Dios y la pasión por su gloria han desaparecido.
El pastor puritano Thomas Watson escribió en el siglo XVII:
“La religión sin el temor de Dios es un cuerpo sin alma. Tiene forma de piedad, pero carece de su poder.”
(Thomas Watson, The Great Gain of Godliness)
Cuando una denominación empieza a funcionar más como una corporación que como una comunidad espiritual, el resultado es inevitable: la apariencia externa puede mantenerse durante años, pero la vida interior se apaga.
Los edificios siguen llenos, las agendas siguen ocupadas, pero la presencia de Dios se retira silenciosamente.
Este peligro no es nuevo. Ya en el libro de Apocalipsis, Jesús advierte a la iglesia de Sardis:
“Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto.” (Apocalipsis 3:1)
La iglesia de Sardis no era perseguida ni herética; simplemente se había vuelto espiritualmente inerte, viviendo de su reputación pasada.
¿No es esta una descripción precisa de muchas denominaciones evangélicas hoy?
En Chile, múltiples informes sobre la vida evangélica destacan que muchas iglesias tradicionales han caído en este patrón.
El investigador Claudio Rolle señala:
“En sectores históricos del protestantismo chileno, el exceso de institucionalización ha apagado el fervor evangelístico y el compromiso con la transformación espiritual de la sociedad.”
(Claudio Rolle, Religiosidad y Sociedad en Chile, Siglos XIX-XXI)
La institucionalización excesiva —centrarse en mantener la organización más que en proclamar a Cristo— ha transformado muchas comunidades en museos vivientes de la fe.
La Integridad Evangélica no puede florecer en un ambiente donde se honra a Dios con los labios pero el corazón está lejos de Él (Mateo 15:8).
La Integridad Evangélica exige:
- Un retorno al temor reverente de Dios.
- Una búsqueda sincera de su presencia en oración y obediencia.
- Un compromiso con la santidad, la verdad y la humildad.
Las iglesias que abandonan el temor de Dios inevitablemente abrazan el temor al hombre: temen perder membresía, estatus, o relevancia.
Pero la Escritura es clara:
“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová.” (Proverbios 1:7)
Cuando el temor de Dios se restaura, la sabiduría, el poder espiritual y la vida vuelven a la iglesia.
Sin este temor, solo queda una cáscara vacía, aunque las actividades sigan funcionando como un reloj suizo.
Hoy, más que nunca, necesitamos iglesias que no solo lleven el nombre de evangélicas, sino que sean iglesias evangélicas de corazón, cabeza y manos, guiadas por la Palabra, impulsadas por el Espíritu, y temerosas de su Señor.
El cuestionamiento de los creyentes es, en el fondo, un clamor:
“Queremos ver de nuevo la gloria de Dios entre nosotros.”
Conclusión: Integridad Evangélica o irrelevancia
El cuestionamiento que vivimos en las denominaciones evangélicas de Chile y Latinoamérica no es una tragedia.
Tampoco es un ataque del enemigo ni una señal de apostasía generalizada, como algunos apresuradamente sugieren.
Es un acto de la gracia de Dios.
Es el Espíritu Santo, en su infinita misericordia, sacudiendo nuestros cimientos para que despertemos del letargo religioso.
La historia de la iglesia nos enseña que cada vez que el pueblo de Dios se acomodó en la tradición, la ignorancia, el pecado oculto, la predicación superficial o la pérdida del temor de Dios, Él envió una reforma o permitió una crisis.
Así fue en los días de Josías (2 Reyes 22), en la Reforma Protestante del siglo XVI, y así también lo está haciendo hoy.
La pregunta no es si nuestras denominaciones serán cuestionadas.
Ya están siendo cuestionadas.
La pregunta es cómo responderán.
Solo hay dos caminos:
- Volver a la Integridad Evangélica:
Arrepentirse humildemente. Volver a la Escritura como autoridad suprema.
Formar líderes conforme al corazón de Dios.
Vivir en santidad, no solo en apariencia.
Predicar toda la Palabra de Dios, no solo lo popular.
Abrazar la juventud crítica como un regalo de Dios para nuestra renovación.
Recuperar el temor reverente que da vida a la fe auténtica. - Aferrarse al orgullo denominacional:
Defender tradiciones humanas sin base bíblica.
Minimizar el pecado en nombre de la imagen pública.
Tratar a las nuevas generaciones como enemigos.
Reducirse cada vez más, volviéndose sectas aisladas, sin poder espiritual, sin frescura, sin impacto en el mundo.
El Señor Jesucristo fue claro en su advertencia a las iglesias del primer siglo, y su voz sigue sonando hoy:
“Recuerda, pues, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido.” (Apocalipsis 2:5)
No se trata solo de corregir estructuras.
Se trata de volver a Cristo con todo el corazón.
La Integridad Evangélica no es una estrategia más para “mejorar” la iglesia.
Es una cuestión de vida o muerte espiritual.
Es el compromiso de ser íntegros en lo que creemos y en cómo vivimos, cueste lo que cueste.
El Señor sigue llamando a su iglesia:
“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.” (Apocalipsis 3:22)
Hoy es tiempo de escuchar.
Hoy es tiempo de volver.
Hoy es tiempo de abrazar la Integridad Evangélica.
El cuestionamiento es inevitable.
La respuesta es nuestra responsabilidad ante Dios.