¿Qué pasaría si los púlpitos dejaran de ser ventanas al cielo y se convirtieran en espejos de la Biblia?
En un tiempo donde muchos sermones comienzan con anécdotas, se desarrollan con opiniones personales y terminan en frases motivacionales, urge volver al fundamento bíblico de la predicación. El púlpito no es un escenario para la inspiración personal, sino una trinchera desde donde se anuncia, con fidelidad, la voz de Dios revelada en las Escrituras.
La urgencia de la verdad
La predicación ha sido reducida por algunos a un acto de creatividad, a una habilidad oratoria que busca conmover o entretener. Pero la pregunta es: ¿puede haber verdadera edificación sin verdad? Según 2 Timoteo 4:2, el mandato apostólico es claro: “predica la palabra”. No dice “predica tus convicciones”, ni “predica tus experiencias”, sino “la palabra”. La diferencia no es menor; es la diferencia entre transformar vidas con la verdad o entretenerlas con carisma.
1. La autoridad de la Palabra exige fidelidad expositiva
La base de toda predicación expositiva es la convicción de que la Escritura es la autoridad suprema y suficiente. Como enseñó R.C. Sproul:
“La única forma de predicar con autoridad es declarar lo que Dios ya ha dicho con claridad”.
Cuando un predicador se apega al texto bíblico, no habla desde sí mismo, sino como embajador de Dios (2 Cor. 5:20). La predicación expositiva reconoce que el poder no reside en el predicador, sino en la Palabra misma. Por eso Hebreos 4:12 afirma que la Palabra de Dios es viva y eficaz, y no nuestras opiniones o historias personales.
2. El ejemplo de Cristo y los apóstoles: fieles al texto
Jesús mismo modeló la predicación centrada en las Escrituras. En Lucas 4, al comenzar su ministerio público, leyó el texto de Isaías y lo explicó ante los oyentes. No improvisó un discurso motivacional; expuso el texto y lo aplicó.
Los apóstoles siguieron este patrón. En Hechos 2:14-36, Pedro no comenzó con una reflexión personal, sino que citó y explicó a Joel, los Salmos y los profetas. Y el resultado fue claro: “se compungieron de corazón” (v. 37). Más adelante, Hechos 2:42 describe a la iglesia primitiva como perseverante “en la doctrina de los apóstoles”, no en experiencias, emociones o interpretaciones privadas.
3. El precedente histórico: el caso de Nehemías 8
Cuando el pueblo de Israel regresó del exilio, se enfrentaron a la ruina espiritual. ¿Qué hizo Esdras? No organizó un evento emotivo, sino que “abrió el libro” (Neh. 8:5) y los levitas “leían el libro… y explicaban su sentido” (v. 8). Esta es la esencia de la predicación expositiva: lectura fiel, explicación clara y aplicación directa.
John Stott escribió:
“La predicación expositiva no es una opción entre muchas, sino la única forma de ser fiel al Dios que habló”.
4. El peligro de depender de la inspiración personal
Muchos argumentan que la predicación debe ser inspiracional, algo que fluye de la sensibilidad del momento. Pero esta lógica convierte al predicador en la fuente, y no en el mensajero. La inspiración humana no garantiza fidelidad, mientras que la exposición del texto sí lo hace. Como bien enseñó John MacArthur:
“No tengo autoridad fuera de la Escritura. Cuando predico lo que dice Dios, tengo toda la autoridad del cielo detrás de mí”.
Conclusión: Volver a la única fuente confiable
La Iglesia no necesita más creatividad desde el púlpito. Necesita reverencia. Necesita volver al texto. La predicación expositiva no es un lujo para seminarios ni un estilo entre muchos: es el único modelo que preserva la voz de Dios en la Iglesia.
En tiempos donde la verdad es relativizada, la predicación fiel se convierte en un acto de resistencia. No predicamos para entretener, sino para confrontar, consolar y transformar. Y eso solo lo puede hacer la Palabra de Dios, no la del hombre.