Vivimos en una época donde abundan los sermones apasionados pero vacíos de verdad bíblica. Uno de los escenarios más vulnerables a esta deformación es el púlpito de muchas iglesias contemporáneas. Movidos por un deseo genuino de conectar con las personas, muchos predicadores modernos han optado por el camino de la emoción, el testimonio personal o el pragmatismo comunicacional, dejando de lado lo más esencial: la exposición fiel de la Palabra de Dios.
Pero, ¿puede haber verdadera predicación sin exégesis? ¿Debe el predicador desligarse de las reglas básicas de interpretación bíblica? La respuesta bíblica, histórica y pastoral es un rotundo: no.
1. El mensaje nace de la Escritura, no de la emoción
La predicación moderna tiende a reemplazar el contenido por el impacto emocional. Pero el mensaje verdadero no surge de experiencias subjetivas ni de frases motivacionales, sino de un mensaje revelado, objetivo, eterno (Romanos 1:16–17).
“El predicador no tiene nada que decir por sí mismo. Tiene que declarar lo que Dios ha dicho. El mensaje le viene dado, no lo inventa.”
— John Stott, La predicación: Puente entre dos mundos
Por tanto, todo sermón debe emerger del texto bíblico con fidelidad. No se trata de impresionar con historias ni de manipular emociones, sino de anunciar con claridad lo que Dios ha dicho, en su contexto, y con autoridad.
2. Jesús y los apóstoles predicaban exegéticamente
En Hechos 2, Pedro predica un poderoso mensaje al pueblo. ¿Su base? Una exposición bíblica de Joel 2, Salmos 16 y 110. No improvisa ni apela a métodos humanos de persuasión. Explica el texto, lo conecta con Cristo, y llama al arrepentimiento.
Del mismo modo, Pablo en Hechos 17 no empieza con técnicas modernas ni frases pegajosas, sino con una presentación ordenada del Dios Creador, la caída, el juicio venidero y la resurrección de Cristo. Todo está enraizado en la Escritura.
“La predicación que no nace de la Escritura, aunque sea bien intencionada, no tiene el poder para transformar. Dios ha determinado que la fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17).
3. La exégesis protege el mensaje del antropocentrismo
Uno de los errores más graves de la predicación moderna es su tendencia a poner al hombre en el centro. El mensaje gira en torno a sus sueños, su destino, su potencial, en lugar de centrarse en la gloria de Dios, la obra de Cristo y la necesidad del arrepentimiento.
“El predicador es un heraldo, no un animador. No está llamado a complacer o entretener, sino a proclamar con fidelidad lo que Dios ha dicho.”
— Sugel Michelén, De parte de Dios y delante de Dios, cap. 4
La exégesis —el arte de extraer el significado del texto bíblico— es lo único que garantiza que no adulteremos el mensaje. Sin ella, el púlpito se convierte en una plataforma para opiniones personales, experiencias emocionales y, peor aún, falsas doctrinas.
4. La urgencia no puede reemplazar la fidelidad
Muchos defienden su estilo emocional diciendo: “La gente necesita sentir que Dios los ama” o “hay que conectar con el corazón”. Eso puede ser cierto en parte, pero la urgencia nunca debe reemplazar la fidelidad al texto.
“Predicar con pasión no es lo mismo que predicar emocionalmente. La pasión fluye de la convicción profunda de que el texto que se expone es la voz de Dios para ese momento.”
— Alex Montoya, Predicando con pasión
La Palabra de Dios no necesita fuegos artificiales. Es viva y eficaz por sí misma (Hebreos 4:12). El predicador fiel no la adorna, la expone. No la dulcifica, la proclama.
5. La verdadera predicación confronta, edifica y transforma
Un mensaje bíblico no solo anima, sino que confronta el pecado, llama al arrepentimiento, y forma a Cristo en el creyente. Por eso, cualquier predicación —sea doctrinal, pastoral, evangelística o devocional— debe incluir:
- Una exposición clara del texto inspirado.
- Una explicación del contexto y la intención del autor.
- Una aplicación relevante, fiel y centrada en Dios.
Sin estas tres cosas, el sermón no es predicación, es una charla espiritual.
Conclusión: Sin exégesis, no hay predicación bíblica
La predicación moderna ha producido oyentes emocionados, pero no discípulos transformados. Ha edificado multitudes sobre la arena de la experiencia, no sobre la roca de la verdad revelada.
Si el predicador no explica el texto, no está predicando la Palabra de Dios, sino algo más. Y si no predica la Palabra de Dios, Dios no está hablando, aunque el predicador grite.
“La predicación debe ser teología en fuego. Y si no hay doctrina sólida debajo de la llama, esa predicación solo será una chispa emocional pasajera.”
— Martyn Lloyd-Jones, Preaching and Preachers, cap. 2
Volvamos a predicar con el texto en la mano, con Cristo en el centro y con la gloria de Dios como propósito. No basta con hablar con pasión; hay que hablar con verdad.