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Si Cristo era verdaderamente hombre, ¿podría haber pecado?

¿Es posible que el Hijo de Dios, perfecto en santidad, pudiera haber caído en pecado mientras caminaba entre nosotros? La respuesta a esta pregunta no solo revela la profundidad de la humanidad de Cristo, sino que también nos da esperanza y consuelo en nuestras propias luchas contra el pecado. Descubre por qué la impecabilidad de Jesús es fundamental para nuestra fe y cómo su victoria sobre la tentación fortalece nuestra confianza en Él.

Introducción

Para no malentender la respuesta a la pregunta acerca de la posibilidad de que Cristo pudiera pecar mientras estuvo en la tierra, es necesario responder con precisión y claridad a otra pregunta: ¿Cristo pecó? La respuesta categórica es no. Cristo no pecó. Dicho esto, la Biblia enseña que Cristo es cien por ciento hombre, participando de la naturaleza humana de sangre y carne (He. 2:14), creciendo como un niño (Lc. 2:40), habitando entre los hombres como hombre (Jn. 1:14) y en su humanidad siendo tentado en todo (He. 4:15). Con lo cual es completamente posible concluir que, siendo genuinamente hombre, la posibilidad de pecar era real incluso en él.

La Naturaleza Humana de Cristo

Afirmar lo anterior no implica abrir sospechas sobre la vida santa y la condición de impecabilidad de Cristo. Hacer esta afirmación no es un ataque contra su deidad; por el contrario, es primero una respuesta bíblica y luego una exaltación a la doctrina de su encarnación y de su posición como sumo sacerdote que puede compadecerse y entender al creyente cuando está viviendo momentos de prueba. Millard Erickson, en su teología sistemática, señala que la perfecta humanidad de Cristo en cuanto a vencer el pecado es lo que hace posible nuestra salvación: “Si Jesús no era realmente uno de nosotros, la humanidad y la deidad no se unieron y nosotros no podemos ser salvados.”

La Tentación Real de Jesús

Con esto en mente, además de afirmar que las tentaciones de Jesús eran reales (en tanto hombre) y, por ende, la posibilidad de pecar fue cierta, es también necesario afirmar que esta verdad, además de exaltar a Cristo, fortalece la fe del creyente en al menos tres maneras: la coherencia de las Escrituras, la realidad de nuestra salvación y la consolación en medio de nuestras luchas contra el pecado.

Coherencia de las Escrituras

Como creyentes, podemos estar seguros de que la Biblia tiene completa coherencia en todo lo que dice acerca de Jesús, desde las promesas del Antiguo Testamento con la promesa de que el Salvador sería de la simiente de mujer (Gn. 3:15), que nacería como un niño (Is. 9:6) y que sería el mediador entre Dios y los hombres (1 Tim. 2:5).

La Realidad de Nuestra Salvación

No solo podemos alegrarnos en la coherencia de las Escrituras, sino que también podemos adorar a Dios porque la impecabilidad de Jesús ha hecho posible nuestra salvación. Si Jesucristo fuera solo Dios, nuestra salvación no sería completa. Jesús debía ser Dios porque solo de esa manera el pago sería proporcional a la dignidad de un Dios tres veces Santo. No había manera de que los hombres finitos y pecadores pudiéramos acceder a Dios; el pago debía ser Dios mismo.

De la misma manera, el pago debía ser a través de la misma naturaleza de quien pecó; de otra manera, el pago no sería económico ni moral. Si fue el hombre quien pecó, debía ser el hombre quien reparara el daño (Ro. 5:12-21). Jesús, en ese sentido, fue el hombre que venció al pecado viviendo santamente para Dios, derrotó la muerte y nos sustituyó completamente ante Dios.

Consolación en Nuestras Luchas

Finalmente, la perfecta humanidad de Jesús y la realidad de sus tentaciones nos hacen sentir confianza en que nuestras oraciones son oídas y entendidas por Jesús. Él no solo se identificó con los pecadores (Mr. 1:9-11), sino que experimentó nuestras pruebas, las venció y nos puede ayudar en nuestras luchas (He. 4:15-16).

Conclusión

La pregunta de si Cristo pudo haber pecado nos lleva a una comprensión más profunda de su humanidad y su deidad. Su impecabilidad no solo reafirma su divinidad sino que también confirma la realidad de su humanidad. Esta verdad nos da esperanza y nos fortalece en nuestra fe, sabiendo que Jesús es el perfecto mediador que comprende nuestras debilidades y nos ofrece su ayuda en medio de nuestras pruebas. Al final, podemos confiar en que nuestra salvación está segura en Él, el Hijo de Dios que vivió sin pecado y ofreció su vida en nuestro lugar.


Bibliografía

  • Erickson, Millard J. Teología sistemática. Barcelona: Clie, 2008.
  • La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional (NVI).

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