Carta a un Vecino
Querido vecino,
Me he tomado la libertad de escribirle por el aprecio que tenemos mi familia y yo hacia usted y su familia, y porque es nuestro deseo compartirles esperanza en medio de una sociedad fuera de control, violenta e insensible. La esperanza que quisiera compartirle es una que puede a usted librarle de ser parte de este mundo y de sus consecuencias; pues, la mayoría de las personas vive asumiendo que la vida no es más de lo que vemos, que el hombre es dueño de su futuro y que después de la muerte todo termina. Pero la verdad es que la vida es infinitamente mejor de lo que creemos, el hombre es dueño de nada y debe rendir cuentas a quien ha creado todas las cosas incluyendo su vida, y después de la muerte nada ha terminado, sino que habremos iniciado la eternidad, en el cielo o en el infierno.
Así que, quiero compartir con usted el mensaje del Evangelio de Jesucristo; un mensaje honesto, esperanzador y confiable. Es honesto porque no intenta manipularle, sino mostrar nuestra realidad como hombres pecadores. Es esperanzador porque a pesar de la condición de muerte en la que se encuentra el hombre, Dios toma la iniciativa para salvarlo, y confiable, porque se trata de una buena noticia que no descansa en la reputación o la capacidad de hombres, sino en la gracia y el poder de Dios que nos libra de su propia ira. Y si usted cree en Jesucristo, se arrepiente de sus pecados y comienza a vivir para Dios, entonces podrá descansar y tener esperanza en medio de esta sociedad perdida.
La Creación y la Caída
El Evangelio reclama para Dios la obra creadora de todo lo que vemos y de todo ser humano que habita en la tierra. La Biblia enseña que Dios no solo creó al hombre, sino que lo hizo a su imagen y semejanza con el propósito de que, al habitar esta tierra, fuera un digno representante de sus atributos y carácter (Gn. 1:26, 1:27, 5:1). El hombre en este sentido tenía el gran privilegio dado por Dios de representarlo activamente gobernando la tierra y cuidando de ella. Sin embargo, el hombre rechazó deliberadamente esa posición al desobedecer a Dios (Gn. 3:6-7), causando de esta manera la separación de Dios con el hombre, la entrada del pecado en la humanidad y la ineludible consecuencia de ser sentenciados a sufrir la ira de Dios (Gn. 2:17, Ro. 5:12, Ro. 5:18-21, Is. 53:6, 1 Co. 15:22).
La Condición del Hombre y la Justicia de Dios
De esta manera, la condición del hombre no es la de alguien con capacidades de hacer o ser bueno. Por el contrario, la evidencia histórica y presente nos muestra que del hombre solo hemos cosechado corrupción, violencia y abusos. El hombre es un ser caído sin voluntad o capacidad de ser o hacer algo bueno, pero peor aún, sin capacidad de pagar el terrible pecado cometido ante un Dios Santo y Justo, por lo cual debe morir (Ro. 3:10-18, Ro. 6:23).
Dios es Justo y no puede pasar por alto el pecado (Sal. 145:17, Sal. 25:8, Job 33:5, Lc. 18:7, 1 Jn. 1:9, Ez. 18:20). Esta es la razón fundamental por la que todo hombre está bajo la ira de Dios y no puede escapar de ella por sus propias fuerzas. Así que las implicaciones de esta verdad son múltiples. Si el hombre va a tener salvación de la ira de Dios, solo puede ser luego de que la justicia de Dios sea satisfecha, y el pago para satisfacer dicha justicia debe ser proporcional a la naturaleza del ofendido y del ofensor. Es decir, no se puede pagar con menos que eternidad, y no se puede pagar sin ser de naturaleza humana. Por lo tanto, cuando Jesucristo reclama «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Jn. 14:6), está proclamando que Él es el único que puede satisfacer la justicia de Dios en pago por nuestros pecados y salvarnos de la ira de juicio.
La Provisión de Dios para la Salvación
Esta inigualable provisión para el hombre ha sido un acto de gracia que Dios ha decidido hacer, ejecutar y sostener (Jn. 3:16, Sal. 106:8, Ef. 1:5-12, Ro. 5:8, Is. 6:8). Es Dios quien ha propiciado para el hombre un camino a la salvación y ha establecido el medio y la forma para que el hombre lo pueda encontrar. Nadie puede ser salvo si Dios no lo llama a salvación (Ro. 8:29-39, Jn. 15:16), nadie puede hacerlo sin oír el evangelio (1 Co. 1:18-23) y nadie puede ser salvo sin creer en Jesucristo (Jn. 14:16, Ro. 10:9-10, Jn. 1:4-9) y arrepentirse de sus pecados (Ez. 18:32, Hch. 3:19-20, 1 Jn. 1:9, 2 P. 3:9, Stg. 4:8, Ap. 3:19). Esta es la única manera de ser libres de la sentencia y el juicio que Dios ha decretado sobre toda la humanidad por causa del pecado. Dios no puede ser burlado y, aunque el hombre viva sin tomar en cuenta esta verdad, no quiere decir que puede anularla. Pero para todo aquel que escucha el evangelio, se arrepiente y cree en Jesucristo, la esperanza se convierte en una promesa indestructible. La Biblia dice que cuando creemos en Jesús, en su encarnación, en su vida, su muerte y resurrección (1 Tim. 3:16), somos justificados, recibidos en la familia de Dios y tenemos vida eterna junto a Él (Jn. 11:25, 1 Jn. 5:1, Jn. 3:16, Ef. 1:3-14), y esta salvación es segura pues descansa en la obra de Jesucristo y en nada más (Ef. 2:8-9, He. 10:23).
Conclusión
Querido vecino, este es el evangelio de Jesucristo, un mensaje honesto, esperanzador y confiable. Es nuestro deseo que esta verdad pueda ser usada por Dios para darle la oportunidad de creer en el evangelio y heredar la vida eterna. La vida en Cristo es el más alto privilegio que tenemos en esta tierra, pero la eternidad sin Él es una terrible imagen que hoy para usted puede dejar de ser una realidad. Le invito a que, si lo desea, podamos seguir hablando y guiarle a través de las Escrituras en el conocimiento de Dios, Jesucristo y el Evangelio.
Con afecto, [Su nombre]