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¿Es justo decir que Dios nos escogió antes de que nacimos?

La doctrina de la elección es una de esas enseñanzas de las Escrituras que no es fácil de comprender y aceptar, y a menudo genera confrontación entre los creyentes. Sin embargo, aunque el apóstol Pablo tiene una respuesta corta para quienes cuestionan a Dios al decir «¿quién eres tú, para que alterques con Dios?» (Ro. 9:20), la misma Biblia ofrece antecedentes suficientes para guiarnos a una comprensión más profunda. A continuación, intentaré abordar esta afirmación de manera que exalte a Dios y sus atributos, y sea de beneficio para la vida del creyente.

La Fuente del Cuestionamiento

Primero, quisiera transformar la afirmación en una pregunta: ¿No es justo decir que Dios nos escogió antes que nacimos? Este enfoque permite iniciar desde un punto donde no desafiamos el carácter de Dios a priori y nos deja espacio para la reflexión. Responder a esta pregunta nos lleva a considerar varias cuestiones: ¿De quién proviene el cuestionamiento? ¿Entiende el hombre la justicia? ¿Es algo que el hombre pueda permitirse frente a un Dios perfectamente bueno y sabio? Solo después de este ejercicio, podremos asentir con humildad a lo que la Biblia enseña sobre la elección, aun cuando nuestros sentimientos puedan resistirse.

La Elección y la Justicia de Dios

El punto de partida es precisar que el cuestionamiento no proviene de una incoherencia en las Escrituras, sino de nosotros los seres humanos. La Biblia utiliza abiertamente las palabras elección (Ro. 9:11; Ro. 11:28; 1 Ts. 1:4; 2 P 1:10) y escogió (Dt. 4:27; Dt. 10:15; Sal. 3:12; Is. 49:7; Mr. 13:20; Hch. 15:7; 1 Co. 1:27; Ef. 1:4) para referirse a la acción de Dios tanto a nivel de un pueblo como de personas de manera individual. Por lo tanto, el problema es de interpretación respecto a lo que el Espíritu Santo quiso preservar.

La Naturaleza Humana y su Percepción de Justicia

Si el problema es de interpretación, hemos avanzado un paso. Ahora podemos evaluar al sujeto del cuestionamiento: el hombre. ¿Qué dicen las Escrituras del hombre? La Biblia responde diciendo que «Ciertamente no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque» (Ec. 7:20), que su condición de pecado es desde su nacimiento (Sal. 51:5). Solo con estos dos versículos, podemos afirmar que la elección antes del nacimiento del hombre es una bendición y un acto de gracia de Dios, pues, una vez nacido, el hombre «es una podrida llaga» (Is. 1:6).

La Gracia de Dios en la Elección

Dado que la naturaleza del hombre es mala y todo su ser está afectado por las consecuencias del pecado, ¿qué tan puro o preciso puede ser su concepto de justicia? Eclesiastés 7:20 resuena: «Ciertamente no hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque». Nuestro Señor Jesucristo enfatiza: «Ninguno hay bueno» (Mr. 10:18), y el apóstol Pablo explica categóricamente: «No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda» (Ro. 3:10, 18). Con esta evidencia sobre la justicia y las tinieblas en la mente del hombre, podemos concluir que la elección antes del nacimiento es un acto de gracia divina.

La Doctrina de la Elección

La Biblia enseña que Dios nos escogió antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4), no por alguna obra o cualidad que haya visto en nosotros (Ef. 2:8-9), sino por el puro afecto de su voluntad (Ef. 1:5). Esta obra de gracia y muestra de su amor (Ef. 5:2) debe movernos a la adoración y a vivir piadosamente (Ro. 9:20). Cuando Dios obra, siempre lo hace bien, siempre es justo, nunca hay maldad en sus actos y lo hace de manera soberana. Dios no solo puede elegir por ser el creador y soberano sobre todo, sino que debe ser de esta manera, para que la salvación sea de gracia y no de obras.

Conclusión

Es mejor confiar en Jehová que confiar en el hombre (Sal. 118:8). Hay muchos más problemas al intentar quitar a Dios de la elección total sobre los que han de ser salvos que al darle a Él todo el mérito, toda facultad, toda gloria y toda alabanza. Cuando las personas se resisten a la idea de que Dios sea quien elige y salva, sabemos que se están resistiendo a una verdad y no a una mentira. Incluso en esa condición, la gracia de Dios nos da esperanza de que sean iluminados, lleguen al conocimiento de Dios, se arrepientan de sus pecados y se unan al cuerpo de Cristo.

Bibliografía

  1. Charles Hodge, Teología sistemática (Barcelona, España: Clie, 2010), 253.

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